








Huerto Cerrado
El tejido intertextual es un campo fértil de posibilidades infinitas. Las imágenes y las palabras, nacidas de diversas autorías y contextos, entran en un juego intrincado que va más allá de una simple correspondencia narrativa.
Esta serie de cuadros de Julio Gómez es un eco onírico, un reflejo refractado, del primer libro de cuentos de Alfredo Bryce Echenique, “Huerto cerrado”, publicado en 1968. El libro irrumpió por primera vez en la vida del artista en la época de su adolescencia y se convirtió de inmediato en uno de sus referentes literarios favoritos. Las tempestades juveniles del protagonista, enmarcadas en el familiar paisaje limeño, lo conmovieron profundamente y se instalaron en su memoria. El libro se perdía y volvía a aparecer en distintos momentos de su biografía, hasta que, después de muchos años, se materializó por fin en esta serie de pinturas, que llevan los nombres de los cuentos de Bryce. El diálogo entre los cuentos y los cuadros no sólo es un dúo de lenguajes expresivos o una conversación entre dos generaciones que habitaron Lima, sino una interlocución entre dos mundos personales, dos huertos cerrados, de recuerdos, asociaciones y símbolos.
Es fácil notar en este diálogo un ingrediente más, que lo convierte en un coloquio de tres personajes. La primera edición de “Huerto cerrado”, tan memorable para el artista, llevaba en la portada fragmentos del cuadro “Jugadores de fútbol” de Henri Rousseau. La obra de Rousseau, de 1908, hoy en el Museo Guggenheim de Nueva York, es una de las piezas emblemáticas del célebre “pintor-aduanero” francés, el máximo exponente del arte naíf de su época. Fue una elección tal vez algo casual del diseñador gráfico para la tapa de Bryce. Una elección que, sin embargo, quedó en el imaginario del lector firmemente anclada a los textos del libro, como suele suceder a menudo en tales casos. Es así como Rousseau, un completo forastero en el paisaje urbano limeño, sin querer se sumó a la plática.
Esta exposición es un tributo de Julio Gómez tanto a Bryce como a Rousseau. En todos los cuadros se filtra alguno que otro préstamo de Rousseau, de sus inverosímiles selvas, habitadas por igualmente inverosímiles fieras y exóticos aborígenes. Son trasladados mágicamente a este trópico urbano, real y tangible, muy distinto de las fantasías del aduanero parisino. Dos de las obras son apropiaciones integrales: “El descubrimiento de América” se basa en “El sueño”, discretamente invadido por el auto estrellado del cuento de Bryce; y “Extraña diversión”, la pieza titular de la serie, es un remake de los ya mencionados “Jugadores de fútbol”, con unos edificios limeños brotando al fondo del idílico parque, una alusión al golf de San Isidro.
Esta conversación a tres voces hace pensar en las complejas rutas que trazan en nuestras mentes, y en nuestras vidas, los textos de distintos orígenes y naturalezas; cómo se alimentan mutuamente, se entrecruzan, forman hitos significativos y engendran nuevos textos. Rousseau y Bryce, gracias a su fortuito encuentro en la primera edición del “Huerto cerrado”, ahora transitan juntos por las geografías oníricas de Julio Gómez.
Vera Tyuleneva, curadora y gestora cultural
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